Como un árbol cuyos frutos están invadidos de bacterias, nuestro Congreso,
donde están los “padres de la patria”, se pudre y amenaza con generar una
crisis democrática semejante a la de Venezuela u otros países de América Latina.
El origen de estas bacterias, es la llamada: corrupción.
La corrupción está presente en
los Concejos Municipales, se extiende a las Asambleas Departamentales y se
acentúa en la Cámara de Representantes y el Senado. La sociedad escandalizada
ante noticias como la captura del fiscal anticorrupción o indignada por Odebrecht,
se deja engañar por propuestas populistas que les hacen creer a las personas
que por medio de la recolección de firmas y bajando el salario de los congresistas
se solucionará el problema.
Esta corrupción se materializa en
dinero, un dinero que pudre y corrompe debido al elevado costo de hacer
política en Colombia. Incidiendo en que líderes políticos utilicen la contratación
del Estado como medio para financiar sus campañas y mantenerse en el poder. Según
la Contraloría General de la Nación, la corrupción le cuesta al país 50
billones de pesos anuales.
Por tanto, es necesario
preguntarnos ¿por qué es tan costoso hacer política? la respuesta no es sencilla,
pero podría estar en nuestro sistema político. Un sistema que exige que los
candidatos usen sumas increíblemente altas de dinero para participar.
Evidencias de lo anterior son
muchas: el voto preferente que genera una competencia feroz entre infinidad de
candidatos –especialmente entre compañeros de un mismo partido-; el gran tamaño
de las circunscripciones electorales –lo cual supone que senadores se elijan
con votos de todo el territorio nacional, un diputado de todo un departamento y
un concejal de todo un municipio-, y la cantidad de partidos en Colombia –los
cuales se distribuyen la financiación del Estado sin que ninguno cumpla su
papel por debilidad institucional, obligando a que cada político asuma el coste
de su sede y estructura-.
Igualmente, no podemos dejar de
nombrar el problema estructural de la pobreza que no es propio del sistema
político en sí, pero que sumado al bajo nivel educativo del país, motiva a que buena
parte de la población humilde venda su voto al mejor postor sin entender ni
preocuparse por las consecuencias de su acción. Este es el caldo de cultivo
perfecto para montar maquinarias electorales.
En contraste, algunos efectos del
excesivo costo de la política son: concejales que se venden por cifras altas a senadores
de otros departamentos –que aunque no defiendan los intereses de su territorio-,
les garantizan una jugosa cifra para sus movimientos clientelistas. Violación
de los topes financieros de las campañas, invirtiendo cifras escandalosas en elecciones
con recursos provenientes de la corrupción y los contratos, o incluso, la denominada
“mermelada”, que se distribuye hasta en los organismos de control para
garantizar el silencio cómplice de quienes monitorean a través de Contralorías,
Personerías y Procuradurías. Organismos que en algunos casos son manejados por
extorsionistas profesionales puestos por políticos inescrupulosos para exprimir
a ciertos funcionarios.
Para acabar con tanta
podredumbre, se requiere la participación masiva de la población colombiana en
la política. En otras palabras, pasar de los chats, las charlas de café y los
chismes de pasillo a la acción. Pasar de las muy necesarias discusiones
académicas a la realidad, de la teoría a la práctica o de la indiferencia a la cohesión
social y la movilización en función de los cambios que se necesitan.
También se necesita, como solución
a la podredumbre, reestructurar el sistema político actual y construir un nuevo
marco legal que le disminuya a los ciudadanos los costos de hacer política. Los
dos cambios de fondo serían:
1. Promover
cambios en el sistema electoral: pasando a la elección de concejales, diputados
y congresistas por distritos uninominales. Disminuyendo el área territorial
donde se debe hacer campaña para lograr una drástica reducción de costos electorales
y permitiendo una relación más cercana del elector con el político de su
preferencia, facilitando entre otras cosas, el exigir resultados. Por ejemplo,
un sólo concejal por comuna, un diputado por cada una de las zonas en que se
dividirían los departamentos y cierto número de senadores por regiones.
2. Promover
un nuevo sistema de partidos: pasar de un sistema multipartidista de 8 o 9 partidos,
a un sistema bipartidista o máximo, tripartitito. Estos partidos deberían ser
profundos en lo programático, amplios en la participación, generosos en la
formación política y sobre todo, con ideas claras, líderes diferenciables el
uno del otro y con altos estándares éticos que motiven la afiliación de las
personas y su activa participación.
Si le quitamos a la política sus
altos costos lograremos que las ideas y propuestas sean las semillas del nuevo
liderazgo político que exige el pueblo colombiano para tener un Congreso lleno
de brillantes frutos. La primera tarea para desinfectar esta institución es
comprometer a todos los candidatos a la presidencia y futuros parlamentarios
con una reforma política de fondo.
Christian M. Garcés Aljure
@ChriGarces
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